Para nadie es un secreto que el transporte público es
un tema central en el imaginario de esta banda. Para mayores señas nuestro
ícono es un toro-bus que viene iracundo a atropellarte.
Todos sospechamos la existencia de una oscura cofradía
que agrupa choferes, colectores, funcionarios, motorizados y a varios usuarios
(o quizás alborotadores encubiertos?) que convierten la movilización cotidiana
a través de la ciudad en un calvario repleto de abusos y ruido. Nadie conoce
sus verdaderas intenciones pero todos sufrimos el agresivo congestionamiento de
trenes, autobuses, busetas, avenidas y aceras. Desplazarse es una ardua tarea
que destruye los oficios de la plancha, que pone a prueba a los desodorantes y
que requiere ansiolíticos... salvo en una extraordinaria excepción:
Les presentamos al MetroCable.
Esto no es una nota turística ni una propaganda a la
gestión gubernamental. Los que estoy escribiendo es un canto de asombro frente
a un callado oasis en el transporte urbano.
Caracas tiene un carácter tal, que cuando algo
funciona y es agradable, uno siente que se disparan las alarmas, que hay gato
encerrado.
Todos ya conocemos la calamidad del transporte
público, pero no tantos conocen su antídoto: el MetroCable.
Simplemente una maravilla: imagínese flotar en una
silenciosa burbuja transparente a una altura que le permite otear medio valle.
Al llegar a la estación nunca hay cola. Cuando usted aborda el funicular nunca
viaja de pié, es más, muy rara vez se llenan las ocho plazas para las que está
diseñado. Usted no tiene más que sentarse y disfrutar de algo mucho más
apacible que un vuelo. Sin parlantes, sin corneteos, sin carteristas, en
definitiva, algo sin precedentes en la capital.
Es
cierto que la ruta que cubre es pequeña, no importa, el consejo es montarse
aunque sea solamente para pasear, bien vale la pena.
Cosas
para criticar hay muchas, nosotros celebramos cuando encontramos alguna digna
de elogio.
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