Dedicado a Pablo García y Alex Hair Tocuyo
Muy rara vez he asistido a una conversación sobre política:
las más de las veces escucho a las personas hablar de sectarismo, pero casi
nunca de política.
Tengo entendido que el primer teórico en pensar,
abiertamente, a la política desde el mero sectarismo, la lucha desnuda por el
poder como fin en sí mismo, fue el compadre Nicolás Maquiavelo. Maquiavelo
centra su análisis y acuña su ciencia directamente en el estudio de los
procedimientos para dominar a los pueblos, simple y llanamente, sin requerir
asistencia de la religión o la moral o del bien común.
Antes y después de Maquiavelo se ha gastado mucha tinta
pensando la política como una misión más ecuménica: hallar una manera razonada
de organizar a la civilización, esto es, argumentar sus formas de
autorregulación y producción social. Platón quiso que gobernaran primero
filósofos y luego leyes geométricas, Hobbes que un hombre fuerte velara
paternalmente por la cordura de todos y nos impidiera vandalizarnos
constantemente, Marx que formáramos comités obreros para discernir el rumbo de
la acción productiva y la organización social en que esta se desenvuelve, por
poner solo tres ejemplos a lo largo de muchos siglos. Entender que la lucha por
el poder entre distintos sectores agota la misión de la política es como pensar
que los cuerpos terminan en la piel y son huecos.
Lo grave no es que exista permanentemente a lo largo de la
historia una empobrecedora lucha entre facciones que surgen, desaparecen o se
mantienen en la lucha por dominar la vida de los demás. Lo grave es que las
personas que nunca saldrán ganando con esta confrontación sientan como suyas
las razones fingidas por los distintos sectores. Un amigo lutier, flautista y
artista plástico me decía a propósito de las guerras: siempre hay dos bandos,
el de los que se benefician con la pelea y el de los que pelean.
Algunos creen que hacen música política porque apoyan esta o
aquella gestión pública. Algunos creen que apoyando esta o aquella gestión
pública están defendiendo un modelo del mundo. Mientras la participación
política se limite al voto tal y como lo conocemos hoy día, viviremos en una
farsa y seguiremos siendo utilizados. El voto, en sí mismo, es un modelo del
mundo en el que las apariencias son una estafa: confundimos democracia con
república y cosas peores.
La política es, como muchos dicen, un hacer constante. La
política es la ciudad y baña sus calles con rayas en el piso y luces de colores
en los semáforos, la política pone armas en manos de personas, la política pone
y quita puentes, calles y avenidas, la política coloca urbanizaciones y barrios.
La política es nuestra cibernética: es la ciencia que estudia cómo ese
organismo llamado civilización se autorregula para sobrevivir. Operar cotidiana
y conscientemente en un nivel tan abstracto quizá no sea posible, al menos para
mí, pero con un procedimiento fractal podemos reducir nuestro problema a una
escala manejable en lo cotidiano.
Cada manifestación musical es un organismo que se autorregula
para sobrevivir. Su existencia se alimenta de la vida de los músicos y produce
música y tejido socio-musical en su contacto con el público, un poco como las
plantas consumen agua y dan oxígeno, flores y frutos. Las configuraciones de
los músicos y las formas de sus músicas son sumamente variables, aunque hay
números que significativamente se repiten: el dúo, el trío, el cuarteto, el
quinteto, la multitud. Números primos, el cuadrado y el infinito: fertilísimos
símbolos. Al interior de cada una de estos cloroplastos del arte vemos maneras
de funcionar muy diversas. Puede servir como ilustración de esta diversidad la
polaridad entre una orquesta sinfónica y un trío de freejazz.
La orquesta sinfónica hereda su majestad de la iglesia
católica, y esta a su vez le debe mucho al militarizado y burocrático imperio
romano. En la orquesta hay una multitud, una verdadera legión de músicos,
ordenados por regimientos con distintas funciones y especialidades: armas de
asedio, caballería, cuerpo de ingenieros, infantería ligera, infantería pesada,
primeros violines, segundas violas, filas de metales, sección de percusión…
Definitivamente no es un orden orgánico ni espontáneo, nunca puede salir una
orquesta sinfónica juntando a los amigos de una calle: hace falta un plan
superior. La orquesta no es una agrupación musical, es realmente un
instrumento: es el instrumento del director. El General comanda con su batuta
en la mano las descargas de trombones, las embestidas de los violines. El
Director es, a su vez, una parte de la jerarquía del Esta Mayor: su función es
interpretar sabiamente el plan de batalla que el Emperador le ha encomendado.
Pantocrator Emperador que es el compositor en su escritorio, en su buró, emanando partituras para dar
sentido al mundo por medio de los sonidos: autoridad última, tacada por el
cielo, pero un poco inútil por sí misma, un poco endeble sin su ejército
orquestal. Va la orquesta uniformada a ocupar sus asientos siguiendo la
estricta jerarquía de la virtud, para ejecutar un plan que ella misma no puede
apreciar en su conjunto: como el soldado campesino no llega a ver el esplendor
del imperio que forjó su sangre derramada, el contrabajista en la orquesta
inmensa pierde detalles del oboe en algún pasaje. La orquesta es un modelo
social en sí mismo, participar en su música pasa por naturalizar muchas
prácticas de interrelación humana que son eminentemente políticas. Para
exponerlo con un detalle, lo músicos pueden hacer una votación para elegir a su
director cada cierto tiempo… hasta ahí.
Una banda de jazz es orgánica, su dotación junta las
necesidades naturales del oído y la disponibilidad de intérpretes. ¿saxo,
contrabajo y batería? Claro, pero sólo es una de las posibilidades.
¿Repertorio? La vida misma. Alguno trae una melodía silbando entre dientes,
esta melodía atraviesa los intestinos de los músicos y estos comienzan a
dialogar fraternalmente, simultáneamente, en base y alrededor a la melodía que
trajo el silbido. Sin más, si alguno es notablemente más experimentado que los
otros, hace una observación al final de la ejecución. Sin atesorar lo
realizado, sin pasar por el papel, quizás habiéndolo grabado, pasan los
jazzistas a la siguiente pieza, que es única como irrepetible es una buena y
espontánea conversación. La idea de tocar-improvisar-musicar jazz siempre me
hace pensar en perros libres jugando en un jardín o un prado. El primer derecho
que reivindican el jazz y otras músicas populares es el de dialogar libremente
aportando desde la propia subjetividad. El marco mismo del intercambio es
flexible y va dando origen, por sí mismo, a nuevas aventuras y situaciones:
tocar pasa a ser una manera de descubrir juntos un mundo de posibilidades. No
me imagino un hasta más alta en la que se pueda izar la bandera de la libertad,
la democracia y la vida en común.
La vida es un proceso creativo y todo proceso creativo es
parte y síntesis de la vida, el cómo nos organizamos para crear y para vivir
dice mucho más de nuestra sensibilidad política que nuestro verbo o nuestro
voto. ¿Cómo se organiza un grupo de músicos para crear? ¿Qué crean y para qué?
Las respuestas a esas preguntas nos señalarán con exactitud la inevitable carga
política de una agrupación.
Armando González